(No, no se trata de la prostitución, pero hay paralelos)
Se dice que el oficio más antiguo de la humanidad es la prostitución, pero estoy convencida de que antes de eso, el periodismo en su forma más rudimentaria, ya existía. Nacemos con la necesidad desesperada de comunicarnos, y llegamos al mundo gritando para que nos escuchen.
Durante la convulsa historia del ser humano, las mujeres y hombres encargados de trabajar, buscar, diseminar, y manejar información, siempre hemos sostenido en las manos el delicado poder que emana del acceso a la información y cómo escogemos diseminarla. La información es poder, como sabemos, y los periodistas no somos seres excelsos inmunes a ese poder. Con la disolución de la línea entre el periodismo y el entretenimiento, que ya casi son lo mismo, nos sentamos en una silla cómoda y letal. Y así, el periodismo sobrevivió guerras, pandemias, desastres naturales, revoluciones sociales y todo lo que nos tiró el destino… hasta que llegó el Siglo XXI.
El periodismo mundial en general llevaba años en una crisis desatendida, viviendo cómodamente en ese poder mágico que creíamos tener sobre las “masas”. Pero a esa entropía ignorada hizo su llegada la tormenta perfecta de una pandemia que parece eterna, la desesperación e incertidumbre, la llegada del mundo digital que hizo secundarios a los periodistas en la búsqueda de información (fidedigna o no), una nueva camada de líderes mundiales capaces de distorsionar la realidad hasta hacerla irreconocible, y nuestra misma torpeza en comprender estos cambios y cómo manejarlos.
Voy más allá, y propongo la idea que el periodismo per sé no solo ha cambiado, sino que su uso y misión en este nuevo mundo ha cambiado.
Voy más allá, y propongo la idea que el periodismo per sé no solo ha cambiado, sino que su uso y misión en este nuevo mundo ha cambiado. Tendremos que entender que ese monopolio de información que manejábamos, y con el que podíamos subir y destruir gobiernos, ya no existe, porque ni los políticos nos necesitan ni el público consumidor de noticias tampoco para formarse de una opinión. Solo les basta entrar a su mundillo bien limitado y definido por los algoritmos para su particular “confirmation bias” y leer lo que se ajusta a su propio pensamiento. Entonces, el lector siente que “se enteró” de todo, con leer un titular, un post y un par de comentarios de sus amistades. Sin abrir una columna de análisis bien escrita. Sin darle click siquiera a lo que deberían al menos leer antes de opinar. ¿Entropía, recuerdan?
La culpa es nuestra y de la industria que potencia el periodismo “formal”, por supuesto. ¿Recuerdan lo que les sucede a los camarones que se duermen? Según el Local Independent Online News Publishers (LION), en Estados Unidos, por solo mencionar un país, han cerrado sobre 100 periódicos durante la pandemia y otros 500 cerrarán en los próximos cinco años. El modelo económico que usan los diarios tradicionales ya no es rentable, y prueba de ello es el en alza dramática la nueva tendencia mundial de convertir a medios de comunicaciones en organizaciones sin fines de lucro, como ya vemos aquí en Puerto Rico al respetado Centro de Periodismo Investigativo (CPI), por ejemplo.
La industria del periodismo tradicional ha sucumbido ante la transformación digital, en lo que podría ser un cambio profundo y permanente en la forma en que se consumen las noticias. En septiembre de 2020, la firma de consultoría estratégica Accenture pronosticó que el gasto doméstico global mensual en medios y entretenimiento en 2022 será entre un 30% y un 40% menor, debido a la pandemia. El informe Future of Media del Foro Económico Mundial, reportó niveles acelerados de consumo de medios digitales a medida que declinan los canales tradicionales.
El mercado del periodismo formal es uno en evolución, volátil y mal herido. La solución no está en pelear contra estas fuerzas, sino hacer alianzas con ellas que propendan a un abanico nuevo de posibilidades de informar con integridad y transparencia, eso mismo que les pedimos a diario a los políticos que cubrimos.
Los medios son (o eran) grandes modelos negocios que hacían (y hacen) alianzas o disputas con políticos, suben y bajan gobernantes, promueven y terminan con guerras. De ese poder ya queda poco, y aún hay grandes ejecutivos de conglomerados seguros de que pueden girar el barco y regresar a la ruta del pasado. No lo lograrán.
La información se democratizó, ya no es propiedad exclusiva nuestra. Nunca lo fue, aunque nos comportábamos como si la Primera Enmienda de EU que garantiza la libertad de expresión, se hubiera creado solo para nosotros. Pero no. El mundo ya aprendió a cómo usar el micrófono, es más, el megáfono, de las redes sociales.
Nos queda preguntarnos las formas de aportar e insertarnos como industria a este nuevo mundo desde las competencias que sin duda, tienen los periodistas formalmente entrenados y que aportan tanto a la búsqueda honesta de la verdad. Y esa verdad, como siempre en la historia de la humanidad, nos ayudará a ser libres.
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